jueves, 11 de junio de 2015

OCASO

... Y el sol declina.
 Un día y otro día,
toda una vida.

   Así la vida humana, como un sol que declina, como un sol que se va apagando, lo mismo que un sol que dice adiós con su pañuelo de colores encendidos, nacarados, cobrizos, rubicundos.

    Con una sola diferencia: el sol y su caída es cíclica, un mero como si, una apariencia, aunque venga la noche a subrayarlo; en tanto,  el declinar del hombre es definitivo, irrevocable, eterno. De pronto, te hallas en ese punto ingrávido de los sesenta años, como es mi caso, y sientes que el camino por recorrer es breve, que se alcanza a vislumbrar a simple vista, ahí, tras las montañas azulencas y aledañas. Casi lo tocas con los dedos de la mano, si quisieras. Porque, ¿ qué son diez, doce años ? ¿Alguien lo sabe?

   Ya vas perdiendo ilusiones, has dejado atrás no pocas y ni siquiera crees en ti ni en tus posibilidades; te conoces bien. Tampoco tienes fe ciega en la Voltaria, caprichosa y voluble, conforme a su condición. Te acuerdas de tu libro sobre el folklore sayagués, casi un año ya desde que lo diste a una editorial y sigues separando. ¡Y eso que te fueron favorables los designios oscuros y misteriosos y lo mantienen en la lista de publicables! Pero ¿cuándo, cómo, con quién? Ni siquiera podrás atisbar su lugar en el mundo: si llamó la atención o fracasó o, en fin, si pasó sin pena ni gloria, como los mediocres.

   De tus hijos mismos, los carnales, poco sabrás igualmente. ¿Qué les depara la vida, su mudanza, su arbitrio? Y cuánta tristeza te embarga al pensar en ellos. Los ojos se humedecen. Corren, mejilla abajo, unas lágrimas de pena, de tristeza, de congoja. Yo, padre ultrapotrector, ya no estaré aquí para ayudarlos, para abroncarlos, para animarlos en días aciagos. Es lo que tiene declinar.

   Declina el hombre con gran incertidumbre, sin sostén, sin amparo y sin fe.

   Declina el hombre, declino yo, que de mí hablo aquí, con el gran pesar de no haber cumplido en esta vida con sus posibilidades, de no haber ofrecido más, de haber malgastado el tiempo y sus tributos, de haber sido un derrochón y no invertir sus talentos según fueron ofrecidos.

   Declina el hombre amortajado en su derrota.

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