CONfesiones de un flâneur CON CAN
jueves, 28 de enero de 2016
martes, 23 de junio de 2015
QUE PASA ENTRE LOS DÍAS (Quinteto de haikus)
Como una sombra
que pasa entre los días;
así mi vida.
Esta fragancia
suma de las glicinas
me mata el alma.
Cuando atardece,
ese grana se apaga
sobre la charca.
Este aire fresco,
bajo la sombra densa,
sabe a verano.
En los altares
del aire, los efluvios
de la lavanda.
© pedrocrespo, Madrid, miércoles, madrugada de San Juan de MMXV
miércoles, 17 de junio de 2015
Casi un cuento
Dicen que una vez hubo un escritor,o, por mejor decir, un poeta, dedicado a la temática amorosa o erótica. Dicen que no había publicado nada, lo que en términos literarios significa no ser literato. Y dicen, asimismo, que era su mayor ilusión alcanzar, antes de morir, la breve y mínima gloria de ascender al miniolimpo de las letras hispanas: ocupar una línea en la bibliografía oficial. Dicen todo esto, empero no se sabe a ciencia cierta si es o no falso.
Dicen que había perdido, a su vez, toda esperanza de publicar. La autoedición la desechó, de entrada, al conocer que tal industria carecía de distribución y ello acarreaba andar como puta por rastrojo : de la seca a la meca en busca de librerías donde colocar su material, como quien vende patatas o jabón de sosa cáustica y tocino añejo, en lugar del refinado Jabón Lagarto, con su nombre propio, conocido y reconocido. Optó, pues, por la edición al uso: al amparo de una editorial humilde, de provincias o de escaso presupuesto. El caso, según puede inferirse, era ver su obra en la calle, lo mismo que quien da a luz una criatura humana.
Resultó, ya en el colmo, o por suerte, o por desgracia, que esto no acaba de quedar claro, que un día el autor --un soñador de tres al cuarto--, entró en Google ( ignoro como se denomina esta acción, en puridad; pero sí sé que tiene un nombre: un anglicismo, para ser exacto ) y descubrió que uno de sus poemas aparecía en una antología de poesía erótica actual ( 2002-2012 ). Compilación que editaban y clasificaban dos profesores y estudiosos universitarios. Y en cuyo Prólogo hacían hincapié en la publicación de otras y esta obra, como muestra del " buen quehacer de poetas como X, R y Z, entre otros." Y se agradecía al profesor de cierta universidad por facilitarle dichos borradores en ciclostil. Hemos de agregar ... ( continuará ).
Dicen que había perdido, a su vez, toda esperanza de publicar. La autoedición la desechó, de entrada, al conocer que tal industria carecía de distribución y ello acarreaba andar como puta por rastrojo : de la seca a la meca en busca de librerías donde colocar su material, como quien vende patatas o jabón de sosa cáustica y tocino añejo, en lugar del refinado Jabón Lagarto, con su nombre propio, conocido y reconocido. Optó, pues, por la edición al uso: al amparo de una editorial humilde, de provincias o de escaso presupuesto. El caso, según puede inferirse, era ver su obra en la calle, lo mismo que quien da a luz una criatura humana.
Resultó, ya en el colmo, o por suerte, o por desgracia, que esto no acaba de quedar claro, que un día el autor --un soñador de tres al cuarto--, entró en Google ( ignoro como se denomina esta acción, en puridad; pero sí sé que tiene un nombre: un anglicismo, para ser exacto ) y descubrió que uno de sus poemas aparecía en una antología de poesía erótica actual ( 2002-2012 ). Compilación que editaban y clasificaban dos profesores y estudiosos universitarios. Y en cuyo Prólogo hacían hincapié en la publicación de otras y esta obra, como muestra del " buen quehacer de poetas como X, R y Z, entre otros." Y se agradecía al profesor de cierta universidad por facilitarle dichos borradores en ciclostil. Hemos de agregar ... ( continuará ).
jueves, 11 de junio de 2015
OCASO
... Y el sol declina.
Un día y otro día,
toda una vida.
Así la vida humana, como un sol que declina, como un sol que se va apagando, lo mismo que un sol que dice adiós con su pañuelo de colores encendidos, nacarados, cobrizos, rubicundos.
Con una sola diferencia: el sol y su caída es cíclica, un mero como si, una apariencia, aunque venga la noche a subrayarlo; en tanto, el declinar del hombre es definitivo, irrevocable, eterno. De pronto, te hallas en ese punto ingrávido de los sesenta años, como es mi caso, y sientes que el camino por recorrer es breve, que se alcanza a vislumbrar a simple vista, ahí, tras las montañas azulencas y aledañas. Casi lo tocas con los dedos de la mano, si quisieras. Porque, ¿ qué son diez, doce años ? ¿Alguien lo sabe?
Ya vas perdiendo ilusiones, has dejado atrás no pocas y ni siquiera crees en ti ni en tus posibilidades; te conoces bien. Tampoco tienes fe ciega en la Voltaria, caprichosa y voluble, conforme a su condición. Te acuerdas de tu libro sobre el folklore sayagués, casi un año ya desde que lo diste a una editorial y sigues separando. ¡Y eso que te fueron favorables los designios oscuros y misteriosos y lo mantienen en la lista de publicables! Pero ¿cuándo, cómo, con quién? Ni siquiera podrás atisbar su lugar en el mundo: si llamó la atención o fracasó o, en fin, si pasó sin pena ni gloria, como los mediocres.
De tus hijos mismos, los carnales, poco sabrás igualmente. ¿Qué les depara la vida, su mudanza, su arbitrio? Y cuánta tristeza te embarga al pensar en ellos. Los ojos se humedecen. Corren, mejilla abajo, unas lágrimas de pena, de tristeza, de congoja. Yo, padre ultrapotrector, ya no estaré aquí para ayudarlos, para abroncarlos, para animarlos en días aciagos. Es lo que tiene declinar.
Declina el hombre con gran incertidumbre, sin sostén, sin amparo y sin fe.
Declina el hombre, declino yo, que de mí hablo aquí, con el gran pesar de no haber cumplido en esta vida con sus posibilidades, de no haber ofrecido más, de haber malgastado el tiempo y sus tributos, de haber sido un derrochón y no invertir sus talentos según fueron ofrecidos.
Declina el hombre amortajado en su derrota.
Un día y otro día,
toda una vida.
Así la vida humana, como un sol que declina, como un sol que se va apagando, lo mismo que un sol que dice adiós con su pañuelo de colores encendidos, nacarados, cobrizos, rubicundos.
Con una sola diferencia: el sol y su caída es cíclica, un mero como si, una apariencia, aunque venga la noche a subrayarlo; en tanto, el declinar del hombre es definitivo, irrevocable, eterno. De pronto, te hallas en ese punto ingrávido de los sesenta años, como es mi caso, y sientes que el camino por recorrer es breve, que se alcanza a vislumbrar a simple vista, ahí, tras las montañas azulencas y aledañas. Casi lo tocas con los dedos de la mano, si quisieras. Porque, ¿ qué son diez, doce años ? ¿Alguien lo sabe?
Ya vas perdiendo ilusiones, has dejado atrás no pocas y ni siquiera crees en ti ni en tus posibilidades; te conoces bien. Tampoco tienes fe ciega en la Voltaria, caprichosa y voluble, conforme a su condición. Te acuerdas de tu libro sobre el folklore sayagués, casi un año ya desde que lo diste a una editorial y sigues separando. ¡Y eso que te fueron favorables los designios oscuros y misteriosos y lo mantienen en la lista de publicables! Pero ¿cuándo, cómo, con quién? Ni siquiera podrás atisbar su lugar en el mundo: si llamó la atención o fracasó o, en fin, si pasó sin pena ni gloria, como los mediocres.
De tus hijos mismos, los carnales, poco sabrás igualmente. ¿Qué les depara la vida, su mudanza, su arbitrio? Y cuánta tristeza te embarga al pensar en ellos. Los ojos se humedecen. Corren, mejilla abajo, unas lágrimas de pena, de tristeza, de congoja. Yo, padre ultrapotrector, ya no estaré aquí para ayudarlos, para abroncarlos, para animarlos en días aciagos. Es lo que tiene declinar.
Declina el hombre con gran incertidumbre, sin sostén, sin amparo y sin fe.
Declina el hombre, declino yo, que de mí hablo aquí, con el gran pesar de no haber cumplido en esta vida con sus posibilidades, de no haber ofrecido más, de haber malgastado el tiempo y sus tributos, de haber sido un derrochón y no invertir sus talentos según fueron ofrecidos.
Declina el hombre amortajado en su derrota.
lunes, 1 de junio de 2015
Lo fugaz
Duele, como una aguja clavada en el dedo, este pasar del tiempo, tan callando, como escribiera Manrique. Cada vez es más frecuente que piense que me queda de vida una decena de años. Y siento un dolor agudo, una honda pena. Acaso sentimientos encontrados, no pocas veces. Es como decir: ¡para lo que es la vida! Y, por otro lado, ¿tan poco queda ya?
No digo todo esto a humo de pajas, sino por cuanto sigo la media de mis genes y mi degeneración particular, amenazante, invencible. Sabes que tienes los días contados, lo intuyes, no hace falta una pose ni un augurio funesto: es.
Resulta duro, agreste, antinatural y morboso escribir sobre tu propio fin, tu silencio. Llegará un día en que tus facultades se verán mermadas o incluso anuladas.Te será difícil o imposible dar la luz, o apagarla, abrir una puerta o bajarte con celeridad y tino los pantalones. ¡Qué patética imagen! Un hombre envuelto en sus propias heces y en sus mismos orines. La degradación. La esquilmación. Todo aterrado, cosificado, infantilizado, vuelto a su origen de impotencia y dependencia.
Con un agravante, empero, ahora ya no habrá una madre. Una madre joven que te ha parido, te acaba de dar a luz, y te cuida con el amor materno; materno, sí, el más alto que el ser humano puede dar y alcanzar.
Me faltan fuerzas para seguir. Se me anegan los ojos. No veo las palabras, las letras, nada, no ...
No digo todo esto a humo de pajas, sino por cuanto sigo la media de mis genes y mi degeneración particular, amenazante, invencible. Sabes que tienes los días contados, lo intuyes, no hace falta una pose ni un augurio funesto: es.
Resulta duro, agreste, antinatural y morboso escribir sobre tu propio fin, tu silencio. Llegará un día en que tus facultades se verán mermadas o incluso anuladas.Te será difícil o imposible dar la luz, o apagarla, abrir una puerta o bajarte con celeridad y tino los pantalones. ¡Qué patética imagen! Un hombre envuelto en sus propias heces y en sus mismos orines. La degradación. La esquilmación. Todo aterrado, cosificado, infantilizado, vuelto a su origen de impotencia y dependencia.
Con un agravante, empero, ahora ya no habrá una madre. Una madre joven que te ha parido, te acaba de dar a luz, y te cuida con el amor materno; materno, sí, el más alto que el ser humano puede dar y alcanzar.
Me faltan fuerzas para seguir. Se me anegan los ojos. No veo las palabras, las letras, nada, no ...
lunes, 18 de mayo de 2015
ENSALADILLA DE HAIKUS
I
Ya en primavera,
las hormigas anuncian
tiempo de estío.
II
La flor de adelfa
entre venenos crece.
Noble es su suerte.
III
Me llegan besos
con los aires del Sur.
¿Quién me los manda?
IV
Atardecer,
contemplar tus designios.
Tal es mi sino.
V
Cántaro roto,
nunca a llenar tu cuerpo
llegará el agua.
Ya en primavera,
las hormigas anuncian
tiempo de estío.
II
La flor de adelfa
entre venenos crece.
Noble es su suerte.
III
Me llegan besos
con los aires del Sur.
¿Quién me los manda?
IV
Atardecer,
contemplar tus designios.
Tal es mi sino.
V
Cántaro roto,
nunca a llenar tu cuerpo
llegará el agua.
domingo, 17 de mayo de 2015
MAMÁ MONA
HACE UN PAR DE DÍAS, o así, viendo a una mujer con su niño en la cadera, pensé en los primates, en nuestros hermanos los monos, en una clase de zoología o antropología, todo agitado y descompuesto. Es natural que vengamos de los primates, de los hominoideos y estemos, desde aquellos polvos, en estos lodos. Del homo sapiens al homo ciber,me dije, y, no obstante, seguimos con las mismas mañas: a saber, portamos a la prole en la cadera, como transportamos los cántaros desde la fuente, como llevaban las ánforas o las cráteras en la antigua Grecia, pongamos por caso, hace cosa de dos milenios y medio de años. Lo mismo que una mona en el zoo o en la selva en nuestros días.
Se dice cuanto figura arriba, por cuanto una madre joven, como quedó señalado igualmente, con una criatura en la cadera diestra, aguarda su turno en la fila de una clínica, ante el mostrador de recepción de urgencias. En un momento inopinado, el bebé, como de unos diez u once meses, deja caer el chupete al suelo. Un suelo, fuerza es decirlo, si no sucio, en un sentido estricto, no muy limpio por el uso : zapatos y zapatillas que entran y salen, ruedas de sillas que dejan sus roderas roñosas, polvorientas.
Y, en estas, la madre, la madre mona, en un abrir y cerrar de ojos, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se agacha presurosa, toma el chupete, lo mete en su propia boca, lo succiona, le da dos, tres chupadas poderosas y lo introduce, sin ambages, en la boquita del niño, que paladea con fruición.
Aquí es donde ve uno la primitiva conducta prístina de la primate. Muy mona ella, en su sentido lato; muy pija, incluso, muy fina y joven, como acomodada y burguesa, de cultura monjil y de pago. Y, sin embargo, ¡tan guarra ! Porque, vamos a ver, nos decimos, ¿no podría haber acudido a los lavabos, y dar lustre al chupete? Ese recurso natural de protección maternal, ¿lo da Providencia, la especie misma en su evolución, la educación, la imitación, un arranque de recurso propio?
Basta un gesto para comprender una conducta. Un acto, para plasmar un mundo reflexivo. Todo consiste en permanecer alerta y sacar consecuencias.
madrid, domingo, 17 de mayo de MMXV
Se dice cuanto figura arriba, por cuanto una madre joven, como quedó señalado igualmente, con una criatura en la cadera diestra, aguarda su turno en la fila de una clínica, ante el mostrador de recepción de urgencias. En un momento inopinado, el bebé, como de unos diez u once meses, deja caer el chupete al suelo. Un suelo, fuerza es decirlo, si no sucio, en un sentido estricto, no muy limpio por el uso : zapatos y zapatillas que entran y salen, ruedas de sillas que dejan sus roderas roñosas, polvorientas.
Y, en estas, la madre, la madre mona, en un abrir y cerrar de ojos, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, se agacha presurosa, toma el chupete, lo mete en su propia boca, lo succiona, le da dos, tres chupadas poderosas y lo introduce, sin ambages, en la boquita del niño, que paladea con fruición.
Aquí es donde ve uno la primitiva conducta prístina de la primate. Muy mona ella, en su sentido lato; muy pija, incluso, muy fina y joven, como acomodada y burguesa, de cultura monjil y de pago. Y, sin embargo, ¡tan guarra ! Porque, vamos a ver, nos decimos, ¿no podría haber acudido a los lavabos, y dar lustre al chupete? Ese recurso natural de protección maternal, ¿lo da Providencia, la especie misma en su evolución, la educación, la imitación, un arranque de recurso propio?
Basta un gesto para comprender una conducta. Un acto, para plasmar un mundo reflexivo. Todo consiste en permanecer alerta y sacar consecuencias.
madrid, domingo, 17 de mayo de MMXV
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