domingo, 5 de octubre de 2014

Los arados del sueño

El niño recibe un juguete largamente deseado. Tanto lo había anhelado que llegó a gastarle las aristas con el manoseo de su mente. El juguete era ya un guiñapo, un despojo, un 'como si' lúdico, de trayectoria erosionada y lejana, lo mismo que esos limos que la tierra añora para sus frutos, para convertirse en ubérrimo vientre de espigas de pan candeal, rubio y joven, como apolíneo muchacho, amado por los poetas que aman el alcohol y el rubor con hielo, largo de líquido y corto de sólido traslúcido.
  Y el niño un día, al despertar, vio que el juguete todavía no estaba allí.